sábado, 20 de diciembre de 2014

Sobre la elusividad en la poesía



Una de las esencias de la poesía- creo haber descubierto, no en manera de hallazgo original, sino en forma de revelación, entendimiento- es su elusividad.  Uno debe, a favor de crear un cuerpo sobre el cuál pueda crecerse un acto poético, demorar textualmente la llegada de la fructificación de una idea en su totalidad. Construir peldaños, buenos y sólidos peldaños si fuera posible.  Estos peldaños son las sentencias que componen un texto, cada peldaño es cada oración. En cada una de ellas se debe convencer un poco más al lector, inspirarle una  vehemencia secreta y creciente dentro de sí, llevarlo de palabra a palabra- de acierto en acierto- a ser consciente de la verosimilitud del retrato que uno dibuja. Es por esto que resulta contra propósito utilizar algunas que por su simpleza y su propiedad abarcativa definen conclusivamente una idea; al aparentemente asequible precio de dar con la herramienta más próxima- la palabra en cuestión- para decir algo o describirlo, se le retribuye al que escribe un coste mayor; se despoja de la oportunidad de ser elocuente, de buscar nuevas rutas para decir algo, alternativas con más y mejor valor intrínseco. La cadencia de un texto poético importa, y las palabras que son claves, sustantivas  y que se remiten directamente al núcleo de una idea sobre la que se teje la prosa, culminan terminantemente, el oleaje textual que mece al leyente, a las orillas de la satisfacción y de la apreciación.